corazón

Historias de Mi.

“SÓLO EL TIEMPO DIRÁ, SI TE PUEDO PERDONAR”   Dejé a mis hijas en sus respectivas camas, durmiendo. Caminé a la cocina, saqué un frio y delicioso vino blanco. Serví una copa y otra para mi marido. Me fui a la terraza de mi casa, donde estaba él. Sentadoen el sillón acariciando a nuestra adorada Tofy, una perrita sin raza…

Mujertop.cl 20-03-2017 / 17:18:43

“SÓLO EL TIEMPO DIRÁ, SI TE PUEDO PERDONAR”

 

Dejé a mis hijas en sus respectivas camas, durmiendo. Caminé a la cocina, saqué un frio y delicioso vino blanco. Serví una copa y otra para mi marido. Me fui a la terraza de mi casa, donde estaba él. Sentadoen el sillón acariciando a nuestra adorada Tofy, una perrita sin raza identificada, pero bella, inteligente y amorosa.

Me senté a su lado. Entregué su copa. Levanté la mía hacia él. Tomé un sorbo y la dejé en la mesita de nuestro juego de terraza. Pasé la mano por su pelo. Lo miré. Prendí un cigarro. Él estaba callado. Extrañamente llevaba callado varios días. Quizás semanas. No recuerdo. Entonces pregunté: -¿Qué te pasa amor? Me doy cuenta de tu seriedad, miras al horizonte, como si tus pensamientos estuvieran muy lejos de aquí.Distante. Me miró, sonrió incómodamente y me dice, tomándome la mano: – Nada. Tengo algunos problemas en el trabajo-Acercó mi barbilla a la suya y me besó cariñosamente. Apoyé mi cabeza en su hombro. Él hombro, del hombre que sentía queamaba tanto. Así, recordé desde cuando estábamos juntos. Uf! sentí ‘inmenso’ el tiempo. Nos conocimos cuando yo estaba en la escuela, y él, iniciando la Universidad. Yo tenía 15 años y él, 18 años. Éramos unos niños, jugando a ser grandes.

Ese recuerdo me trajo al hoy. Nuestra familia estaba completa. Tres hermosas hijas, mascota, una bella casa, una estabilidad económica y familiar. Mi vida estaba resuelta. -Hemos sido felices, le dije a Antonio, que creo no poder anhelar nada más. Nuestra vida es linda, que a veces tengo temor. Antonio me mira y dice:¿Por qué sientes temor, amor?Me da terror de que ocurra algo que nos haga perder la felicidad que tenemos.Me besa la frente fuertemente y tira de mi nariz como lo ha hecho siempre, desde que me dio mi primer beso, en casa de mis padres. Sabe que me gusta.

Sentí como su brazo me presionabaa su cuerpo, me besó fuerte y largamente. Me miró y dijo con cariño, pero intranquilo: Debemos estar unidos para enfrentar lo que sea. Nada ni nadie puede perturbar a nuestra vida. A tu lado, siempre. Si me dejas solo, no funciono. Siempre ha sido así. No permitas que nada nos dañe. Que seguirás firme y fuerte siempre. Me asusté.

Sentí su aprensión, pero no pronuncié palabra alguna, recordé los episodios en qué lo había visto así, y sus crisis fueron bastantes angustiosas no sólo para él, sino también para mí, porque no quería volver a escuchar “su marido depende de usted psicológica y físicamente”, era muy penetrante y agobiante esa sensación.

-Vamos a la cama, me dijo- Yo realmente quería que me contara lo que le estaba ocurriendo, pero le dije que fuera él primero. Me quedé sentada en nuestra terraza y prendí otro cigarro.

Unos minutos más tarde, aparece Antonio en el umbral del comedor y dice:- Tengo que salir. Iré a casa de mis padres. Necesitan hablar conmigo. Regreso pronto, amor. Yo miré desconcertada, él se acercó a mí,  me besó y se marchó.

Quedé preocupada, qué puede ser tan grave que vaya a casa de sus padres a esta hora. Pronto olvidé esa sensación y fui al dormitorio de mis hijas a darles un beso…su olor y amor, me tranquilizaban siempre…

Yo sentía que amaba a mi marido. Pero hace un tiempo, que siento esta distancia, pero ninguno de los dos habla acerca de ello. Antonio jamás inicia las conversaciones de temas ‘complicados’ los evita o se adapta un mundo paralelo para no sentir culpabilidad.

Subió a su automóvil y se dirigió a la casa en la cual vivían sus padres. Al llegar, su madre le abrió la puerta, y su padre apareció unos metros detrás de ella.

-Hola, dijo inexpresivo. Vine porque necesito hablar contigo y pedirte consejo.

Antonio tenía una relación bastante distante con su padre. Sentía que constantemente debía demostrar lo buen profesional que era con los años y lo exitoso que podía llegar a ser en una profesión que estaba por decisión de otromás que propia. Él estudió lo que su padre le indicó. Pero aun así, se sentía querido. Sobre todo por su madre, que lo sobreprotegía en demasía para mi gusto. Recuerdo cuando tuve que delimitar nuestras vidas. Su labor y la mía. Pero sé ciertamente, que lo hacía con amor. Siempre sentí su cariño para mis hijas y para mí. Ella con su singular personalidad, era fácil de querer y por eso también la respetaba.

-Siéntate, quieres algo, le dice su madre. Una mujer sumisa, extremadamente servicial y cariñosa. Le trae algo de beber, y se aleja para que ‘sus’ hombres pudieran conversar tranquilos.

-Papá hace un tiempo cometí un error, del cual me siento total y absolutamente arrepentido. Fue en uno de mis viajes fuera de la ciudad. Tuve una ‘aventura pasajera’ –le expresó con seriedad y pesar a su padre. -¿Quién es esa mujer? Nadie importante. Trabaja en la misma empresa, pero en un puesto muy inferior. No tiene relación con mis trabajos. Ahí la conocí, nos topamos en uno de misviajes a terreno. Después del trabajo, nos fuimos a tomar algo y, bueno, ya sabes lo que ocurrió. Es obvio no!

-¿Carolina, lo supo?- No, cómo se te ocurre. Estuve angustiado varios días, y como había sido algo sin importancia, preferí ocultarlo. No quiero perder mi matrimonio ni a mi familia.

Su padre lo miró en silencio y le dijo: Entonces, ¿Para qué buscas mi ayuda, ahora?

Antonio mira el suelo, se soba las rodillas, comienzan sus temblores típicos, cuando está nervioso. Mira a su padre, y con voz fuerte y seca dice:- Esta mujer me dijo que de esa aventura nació un hijo. Puso sus manos sobre su cabeza y se inclinó hacia atrás. ¡Un hijo! Exclamó nuevamente Antonio.

-¡Por Dios! ¡Cómo pudiste ser tan irresponsable! Tienes edad para saber usar condones, expreso fuertemente su padre. Frunciendo el ceño en tono de reproche.

Se lo que significará para mi familia. No sé cómo arreglarlo. Ayúdame papá.

-¿Seguro que ese hijo puede ser tuyo?, le vuelve a increpar su padre. Porque esa mujer puede haber tenido muchos más encuentros sexuales con otros hombres, aparte de ti. –Lo sé. Por eso le pedí un examen de ADN para confirmar si ese niño era mío. El resultado me lo entregaron hoy: Positivo, es mi hijo. Silencio sepulcral.

Apareció su madre en la habitación y el padre de Antonio le cuenta brevemente lo ocurrido. Ella rompe en llanto, atónita a la información y preocupándose inmediatamente en las consecuencias que venían con esta amarga noticia. Quizás recordando ‘errores’ que otros no quisieron asumir.

-¿Qué vas a hacer? Dijo sollozando su madre. –No lo sé.

Tengo miedo. He pensado que sería mucho mejor que Carolina no supiera nada. En dos semanas más viajamos a Brasil. No quiero estropearle el viaje a mi esposa ni a mis hijas. Hemos esperado un tiempo por esto. Las niñas están ansiosas.

El padre de Antonio lo mira y asienta; pero dice:-Creo que es un grave error ocultar la existencia de un hijo. Si lo haces y se descubre después, puede ser mucho más traumático y doloroso para tu familia. Busca el momento correcto y hazlo.

-¿Qué quiere esa mujer? ¿Quiere amenazarte con decírselo a tu esposa? Por eso, estás tan asustado. Su padre, divagaba rápidamente en interrogantes que Antonio ya tenía claro, pero no sabía cómo actuar.

-No, papá. Ella quiere que me encargue económicamente de ese hijo.

-¿Y, la responsabilidad moral, Antonio? Al hijo que nació fuera del matrimonio no se le puede negar el derecho a su propia identidad. Tiene que saber quién es su padre, y deberás reconocerlo legalmente. Hoy, no son los tiempos de antes.

-¿Y si pierdo a Carolina? Ella no se imagina que haya estado con otra mujer, y mucho menos quenació un hijo. ¡Me dejará! ¡No me perdonará!

¿Has tenido más encuentros con ella? Le dice su padre. –NO! Declama fuertemente Antonio, lo juro. Ha sido la única y primera vez.

-Antonio, la situación es difícil y sólo tú puedes tomar la decisión de lo que vas a hacer. Sólo te puedo decir, que esto te traerá muchos inconvenientes. Sé que Carolina te ama, han formado una linda familia, con las tres niñas, y ella te ha impulsado a estar donde estás profesionalmente. Ha sido una buena compañera, y creo que también lo eres para ella…pero conociéndola, creo que será difícil para ella poder perdonarte. No lo sé hijo, es difícil.

Hace una semana que habíamos regresado de nuestras vacaciones familiares en Brasil, las niñas disfrutaron mucho. Sentí que él estuvo mucho más cariñoso que lo habitual con las niñas. Eso me gustó. Me da la sensación de gratos recuerdos para ellas.

Antonio no es de cariños explosivos cómo yo. Es más bien frío. Él demuestra su aprecio a través de estímulos palpables a la vista, más que sentimentalismos vacíos, expresaría él. Claro que en su juventud las cartas románticas a lo Hamlet no le deshonraban.

Nuestra relación estaba tensa. No podía negarlo, pero lo evitaba. Mis amigas me decían que debía conversarlo, pero no me atrevía. Estaba aterrada. Sabía que era algo que no me iba a gustar. Y esta situación, se hacía evidente en nuestro hogar. Nuestras familias acariciaban tristemente la sensación, al igual que nosotros. Antonio se mantenía distante y callado. No sabía qué hacer. Me armé de valor. Dejé a las niñas en casa de mis padres, y le escribí a mi marido que necesitábamos conversar. Solos. Las redes sociales a veces son una gran aliada cuando las palabras son más dolorosas de pronunciar que las letras de leer.

Al llegar, mi estómago hacía sus recurrentes manifestaciones y tuve que proveerme de mis medicamentos para estar lo más tranquila posible.

-Amor, debemos hablar. Fueron las primeras palabras que me dijo mi marido al cruzar la puerta de nuestro hogar y besar mis labios.

-Lo sé. Me fui directo a nuestro living. Se sentó frente a mí. Estaba nervioso. Evitaba mis ojos. Pasaron unos minutos. Pero el silencio me confundía y aterraba, así qué le pregunté:-¿Qué ocurre Antonio? ¿Qué pasa? ¿Qué puede ser tan difícil de contar? – ¡Háblame!, le grité.-

Antonio me miró y lo primero que sale de su boca es: -Perdóname… Se coloca sus manos en su cabeza y la baja como si quisiera enterrarse bajo tierra, igual que un avestruz. Era un mal signo, me quemaba el miedo…Sabia que no era algo bueno…y mi marido, no reaccionaba. Entonces, lo enfrenté.

-Si no me dices lo que ocurre, me imaginaré lo peor…por favor, ¡Háblame!, volví a gritar, pero esta vez, ya estaba de pie. Pensaba acercarme, tomarle su mano, cuando por fin empezó a hablar: -Amor, yo…(silencio) y continuó-quiero que sepas que  te amo mucho, a las niñas. Ustedes son todo para mí. De verdad mi vida sin ti no me la imagino. Te amo con toda mi alma. Nunca dudes de eso.

Al escuchar esas palabras, me di cuenta que algo muy grave había hecho Antonio, para que empezara a justificar su declaración profusa de amor hacia mí y las niñitas. Retrocedí, y me senté nuevamente en mi lugar, frente a él.

Antonio se levantó del sofá azul, que tanto le gustaba. Me quedé sentada observándolo, y su mirada se clavó a la mía. –Tengo que confesarte algo que nos va a afectar muchísimo. Hace un tiempo, en uno de mis viajes, con unos ‘colegas’ salimos a tomar unos tragos. –Amor, no te daré más rodeos. Carraspeo. Carolina, tuve una aventura con otra mujer. Fue solo una vez. Nunca más sucedió. Pero mi remordimiento no me dejaba en paz. Necesitaba que lo supieras por mí.

Sentí que el piso se abría y me hundía en él. Me sentí mareada. Mi estómago hizo eco de las palabras de mi ‘marido’ y me sentí palidecer por unos instantes. Guardé silencio unos segundos y me reacción me extraño tanto a mí como a él. Entonces, desde mi boca empezaron a brotar preguntas tras preguntas, sin dar paso a respuesta alguna. Pero no grité. Mi voz era más penetrante que el hielo en invierno.

-¿Qué cosa estás diciendo? -¿Cuándo fue? – ¿Con quién te involucraste? -¿Cómo pudiste hacerme esto? -¿Por eso estabas extraño, cierto? No entiendo. ¿Por qué?

-Sólo fue una vez, me dijo. ¡No significó nada para mí!, grita. Como si con eso respondiera a todas mis preguntas. Mi vida con él se derrumbaba en ese instante.

Rápidamente me fui a nuestro dormitorio y me lancé a llorar sobre la cama. Antonio me siguió. Trató de acercarse, pero sabiamente no insistió más al sentir mi rechazo. Se sentó en la poltrona que estaba cerca de nuestro ventanal, y esperó hasta que yo dijera algo.

Luego de unos minutos, me levanté, sequé mis lágrimas, que caían a raudal por mi cara. Entré a ‘nuestro’ baño, lavé mi cara. Me miré al espejo. Me veía hinchada, rojiza. No reconocía nada de lo que estaba ocurriendo. Y nuevamente mi mente empezó a funcionar. Abrí la puerta del baño y ahí estaba ‘ese hombre desarmado, con la cara de incertidumbre, al igual que la mía’…Se acercó a abrazarme y rápidamente lo aparté de mí. ¡No te acerques! ¡Me das asco!, le grité.

-Antonio insistía– Por favor, amor, perdóname. Debes saber todo. De verdad, no era lo que quería. No quería dañarte ni hacerte sufrir por algo que no tuvo importancia.

Giré mi cabeza y le seriamente le digo, mirándolo directo a los ojos. ¿Importancia? ¿Qué no tiene importancia? ¿Qué más hay?- Dime, Antonio. ¡Qué cosa!, grité.

Me mira encontrando mis ojos y comienza:- Hace unas semanas esta mujer me contactó para conversar. Yo me negué reiteradas veces. No quería tener nada que ver con ella. Luego, me envió un mail y me dijo que de esa noche…había nacido un niño. Necesitaba decírtelo. No podía más con esta angustia.

Mi cuerpo sintió el recorrer de un estremecimiento frío, tuve hasta un espasmo.

Crucé las habitaciones hasta llegar a la terraza. Prendí un cigarro con dificultad. Aspiré la nicotina con tanta fuerza que me atoré. Tosí unas veces y empecé a recordar la bomba de verdad que mi ‘adorado marido’ me había lanzado minutos atrás. Él obviamente, siguiéndome, como cuál depredador no quiere perder su presa. Me miraba tratando de adivinar como estaba (¿Cómo podía estar?), y como si de nada sirviera todo lo que ya había llorado.

Antonio comenzó a contar su historia: -Quiero que sepas que me junté con ella, porque le pedí un ADN. Dio positivo. Carolina, ese niño es mío. Esa es la verdad. Toda la verdad.

Yo lo miraba atónita. Fumaba y fumaba. Sin dar crédito a sus recientes ‘declaraciones de verdad’.

Por favor, no fumes. Sabes que ‘odio’ que fumes así. Lo miré nuevamente, tratando que mis ojos le lanzaran un par de garabatos por tal caballerosa actitud.

Entonces, de la nada, mi mente se desconectó de mi boca, y empezó una verborrea de preguntas, interrogantes, reclamaciones, justificaciones, negaciones, pretextos, insultos, que era muy difícil de seguir el ritmo. Incluso para mí.

Terminé por finalizar diciendo:-No merecía tu traición. Mirándolo a los ojos, continué:- Esto ha sido demasiado para mí. Es descomunalmente duro e inesperado. No puedo pensar con claridad. Me iré a la cama. Por favor no me sigas. No te quiero ahí. Caminé al dormitorio. Cerré la puerta. Puse el seguro. Y me senté en esa cama que siendo de tamaño regular, la miré y la sentí inmensa. Como la bomba verdad que acababa de caerme…

Antonio me golpeo la puerta. –Ábreme, por favor, me gritaba. Perdóname. Hablemos, amor…no me dejes así…sentí como se afirmó en ella y comenzó a llorar. Era la tercera vez que lo sentía llorar. Me partió el alma, pero ya había roto mi corazón. Yo también tenía sentimientos, orgullo y me lo acaba de aplastar.

Todo parecía una pesadilla. Pensé en mis hijas. ¿Qué dirían? Ni siquiera le pregunté la edad de ese niño. Mi pequeña tiene tan solo dos años. Pensé ¡Dios!

A través de la puerta, escuchaba el sollozo de este hombre que era irreconocible en ese momento para mí. Él, que siempre predicaba de la honestidad y se vanagloriaba de ella. Ahora sentado tras mi puerta, llorando, arrepentido. Pidiendo perdón a cada cambio de oración. –“Te juro, mi amor, que ha sido la única vez que te he sido infiel. No permitas que esto entorpezca nuestra familia. Nuestro ‘amor’. Esto no tiene por qué destruir nuestra ‘familia’. Por favor. Te amo. No quiero perderte. No quiero perder esto que tenemos. Nuestro hogar. Nuestras hijas. Nuestra familia”.

Sus palabras retumbaban tan lejos como lo era su fidelidad en este instante.  Pensar que para  muchos somos la familia ideal. Nadie sabe lo que cambia la vida en unos instantes. Yo no estaba preparada para esto. Es verdad. Jamás me imaginé en esta situación. Le dediqué años de compromiso y fidelidad a esta familia que habíamos construido. Aportando las metas. Las ganas. Los cuidados. Quizás ese fue el error. Dejarle el peso de ser el solvente económico y no el peso emocional. El no equilibrar. Siempre estuve ahí para él. Parecía su ‘cheerleader’ personal, así me decían. Siempre detrás de él para que creciera. Para que fuera cada vez mejor. Siempre preferí que él se destacara. Nunca hubo competencias laborales, porque jamás impuse mi trabajo. Prefería sentir su gratificación y orgullo a metas alcanzadas. Me daba satisfacción sentir orgullo por él. Claro, antes de esta inmensa bataola de verdades…y mentiras que era su vida…

Recordé su inestabilidad e inseguridad que le provocaba cada vez que sentía que lo dejaba de lado. Que me preocupaba más de los asuntos de la casa, de las niñas, que los de él. Fue egoísta y yo tonta. Eso está claro. Él me fue infiel, no yo.

Mi mente quedó flotando entre mis pensamientos que eran interrumpidos por mis llantos cada vez más graves. -¿Qué querrá esa mujer? –Lo más probable es que quiera que Antonio reconozca a su hijo, me decía a mí misma. Qué le de manutención. Eso no estaba en discusión. Si era efectivamente su hijo, debía reconocerlo y mantenerlo.No sé qué haré. Volvían las lágrimas. Mi cuerpo comenzó a sentir un cansancio aplastante…me quedé dormida entre lágrimas y pensamientos…Lo único que sé, es que no puedo perdonarlo. Su deslealtad no la perdonaré.

Desperté de un salto. Miré asustada a mí alrededor. Mi dormitorio estaba helado, silencioso y oscuro. Prendí la lámpara de mi velador. Me dormí con la ropa puesta de la noche anterior. La noche de la ‘hora de la verdad’. Parecía el nombre de un  programa de televisión.  Quizás lo era. No lo sé.  Me di cuenta que mis piernas fueron cubiertas con la colcha de la sala. Miré rápidamente la puerta. Seguía cerrada. Me senté sobre mi cama. Mis ojos me dolían mucho. Los toqué. Estaban hinchados. En el suelo estaba ‘su’ chaqueta. Que anoche no estaba. Había estado aquí. Mirándome. Cómo acostumbra a hacerlo, cada vez que tenemos un problema, le gustaba mirarme dormir. Era raro eso.

Los días siguientes fueron tortuosos. Yo estaba seria. Callada. Las niñas lo notaron. Así que decidí sacar esta bomba. Necesitaba sacarme esta carga negativa emocional. Fui a casa de mis padres, les conté lo sucedido. Fue triste, muy triste…en ese instante me di cuenta que mi ‘matrimonio’. Ese que no necesitaba resquicios legales, ni formalidades, estaba roto. Lo mío es tuyo, lo tuyo mío. Ya no existiría más. Nos habíamos distanciado tanto que la búsqueda de nuevas sensaciones las buscó fuera de esta relación. No nos preparamos para esto…y mi mayor miedo eran mis hijas. Cuanto iban a ser afectadas con esto…seríamos capaces de velar por un bien superior. Creía que sí. Que a pesar de las desavenencias podíamos lograr un equilibrio. Separados pero equilibrio. Algo más sano y tranquilo.

Siempre me dije, lo que se quiebra jamás se puede pegar…quizás se repara por un tiempo, pero seguirá la cicatriz presente ahí, hasta que las piezas se separen y no puedan unirse nunca más.

Y ahí estaba yo. Sin saber qué hacer. Juntaba las piezas.Se separaban. Mi dolor no me dejaba respirar. Fue angustiante…la decisión era la única que mi mente me guiaba. Nuestro matrimonio, nuestra vida familiar, se quebró. Tenía fecha de caducidad. Y lo peor, es que no lo vi venir…

-Un hijo fuera del matrimonio…es fruto de la infidelidad. Sé qué Antonio dice que fue algo de una vez. No consideró las consecuencias. No lo justifico, pero no termines tu matrimonio, la vida que formaron juntos. Piensa bien. Aclárate. Nosotros siempre te apoyaremos. Sea la decisión que tomes. Aquí estaremos para apoyarte y a las niñitas…expresó elocuentemente mi padre.

-Sabes lo que quiere esa mujer de Antonio, hija…exclamó molesta mi madre.

Realmente no sabía. No hablaba con Antonio. Apenas si le cruzaba palabra, sólo cuando estaban las niñas. Claro que igualmente mi modo no era del más cortés. Pero estaba indignada con él. Dolida. Enfurecida. Enojada. Decepcionada. Traicionada. Triste, muy triste.

El abrazo de mi madre calmó mis pensamientos y sensaciones amargas…muy amargas. Sentía que no tenía el derecho de hacerme esto. Pero quién piensa con claridad así. – Hija, no tomes decisiones en tiempos de tempestad, son las peores consejeras y podrías arrepentirte, me dijo mi madre. – Aunque esta situación por la que estás atravesando es muy ingrata e indeseada, todavía puedes salvar tu matrimonio, claro si es eso lo que deseas. Abracé  nuevamente a mi madre, agradeciendo con ello sus tan asertivas palabras y su amor.

Unas semanas más tarde, Antonio me informa que reconocerá al niño que nació del fruto de ‘aventura pasajera’, y le dará una cantidad mensual para su manutención. No protesté, porque en el fondo sabía que eso era lo correcto. Y esa criatura no tenía la culpa de las irresponsabilidades de ‘mi marido’ y su amante.

Realmente yo estaba dolida. Sentía que todo lo que él hacía para tratar de salvar este matrimonio no era suficiente. Hasta que un día me cansé de tantos perdones, oraciones de disculpas, flores de arrepentimiento. Cambio de autos, perfumes, anillos, aros…y un sinfín de artículos…y me dije que trataría de olvidar. Pero no pude. No lograba olvidar…

Verdad que lo intenté. Lo intenté por los años juntos. Por nuestras hijas. Por la familia que habíamos construido. Por la estabilidad económica a la cual estaba acostumbrada. Pero no veía verdad en nada de aquello.

Comenzaron en mi cabeza los cuestionamientos de que quizás no sólo había sido esta aventura, sino que quizás hubo tantas otras. Y sólo porque esta tuvo consecuencias, tuvo que reconocer su infidelidad y deslealtad a esta vida que decidimos desde muy jóvenes caminar juntos….

Vinieron a mi mente, las imágenes de una cena en su honor. Era una despedida. Y al final de la mesa, había una mujer que lloraba como si estuviera en un velatorio. Esa vez, lo pasé por alto. Hoy no. No tenía la certeza de saber si era ‘otro’ error pasajero. Pero la duda era más grande. Sus palabras no llenaron nunca mi corazón. Quizás primó mi mente. Quién sabe. Pero ya estaba cansada de sufrir. De ser la valiente. La madura. La que consensuaba todo. ¡Por todo los diablos!, me vi gritando en mi auto. ¡Soy tres años menor! Tengo el derecho a ser menor. A que me cobijen. A comportarme inmaduramente. Pero esa forma de educación que una arrastra, hizo que mermara en mí esa protección por el otro, cuando debía ser en forma igualitaria. Ambos cuidarse y apoyarse. Animarse y cobijarse.

Los errores ya estaban dados. Estaban hechos. Ya no había vuelta atrás.

Antonio, luchó por salvar esta familia. Recomponer lo herido. Sanar mis heridas. Pero yo estaba bastante reacia al hecho de reanudar nuestra relación. Nos dimos un tiempo. Nos separamos.

Por un tiempo, mantuvimos mucha cercanía, tanto emocional como sexual. Encuentros fugaces. Amantes furtivos. Conversaciones gratas. Incluso cuando él viajaba al extranjero, nuestra comunicación no se cortó. Fue un período mágico. Sentía que podíamos ser buenos amigos. Nos conocíamos tanto. Al fin de cuentas, vivimos juntos más de lo que vivió cada uno con sus padres.

Pero el separarse, trae consigo la merma de la distancia y el dejo de la compañía. En ese proceso apareció un hombre que me ayudó a liberar mis demonios internos. Antonio ya no era ‘mi marido’, sino que pasó a ser ‘el padre de mis hijas’. Y ahí cambió todo para mí.

Pero debíamos dejar claro todos nuestros temas. Y el de su hijo estaba latente. Busqué el momento en que yo realmente me sintiera segura y tranquila con respecto a eso. Las niñitas. Bien principal para mí.

Un día lo llamé y lo invité a beber algo. Ese era el minuto y lugar correcto. Iba a ser tranquilo. Sin escándalos ni dramas. Le dije que ya estaba preparada para hablar, y esos incluían a su hijo. Un niño de un año.

Cada uno llegó en sus respectivos autos, como una cita. Estaba nerviosa. Ansiosa. No sabía bien si era por los temas a conversar o porque me iba a juntar con él. Y realmente quería verlo.Lo extrañaba, no lo sé. Pero de qué me acostumbré a vivir sin él, estaba claro.

Conversamos de cosas triviales, hasta que en el minuto del postre llegó la hora de enfrentar aquel tema que nos separó. Bueno que me separó de él. Y comencé: – Antonio, he tenido bastante tiempo para meditar en todo lo que nos ocurrió. Nuestra situación. Creo que las niñitas se merecen la oportunidad de tener padres sanos emocionalmente. Nuestra separación, aunque ‘cordial’ en un inicio, está dando señales erradas en todos los frentes…y no quiero eso. Nos merecemos otra oportunidad, una oportunidad en que volvamos a ser amados en plenitud sin reparos ni dudas. Y eso yo no te puedo ofrecer. De verdad creo que jamás podré olvidar el daño que provocaste en mí, no tu hijo. Sino tu deslealtad. Ese es el mayor daño que nos hiciste. No solo a mí, sino a las niñas también.

No tengo el derecho a rechazar a tu hijo, y por eso, creo que merecen que nosotros lo hagamos mejor. Nuestras hijas y tu hijo. Antes de terminar mi speech repasado bastantes veces, Antonio me interrumpe con un ¡No! Bastante estruendoso. Yo te amo. No quiero perderte. Luchemos juntos para superar esto. Sé que lo lograremos…sus palabras hacían eco en mi piel, mientras rozaba sus dedos en mis nudillos fuertemente. Mi cabeza zumbaba un poco, tanto por el champagne bebido como por la insistencia plena de recomponer nuestras vidas.

Es verdad que mi interior deseaba eso, pero mi cabeza y orgullo luchaban hacia el otro lado. Debía ser lo que tanto le exigía a él. Honesta.

Le expliqué que había conocido a un hombre extraordinario. Que me ayudó en este transitar tan personal y propio…que me había hecho sentir amada, gloriosa y me di el permiso con él, del que nunca había hecho; y que eso, me tenía muy feliz. Ciertamente, esas no eran las palabras que mi bien y recordado ‘marido’querían escuchar de mí. Pero se permitió el duelo. Dijo que iba a luchar por recuperarme. En ese instante no creí que lo hacía por mí, sino que por el hecho de su infidelidad anterior, él debía ‘justificarla’.

Realmente, el duelo no fue tal. No hubo escopetas, ni conteo de pasos. Pero sí agradecí a este hermoso caballero, el darme una nueva perspectiva de lo que yo quería y necesitaba para mí en una relación de adultos.

Yo amaba a este hombre que elegí desde mis 15 años. Recordaba sus cartas. Con esa letra ilegible pero que demostraba su ‘amor’ hacia mi…Una de ellas decía…

“Aquí estoy, solo en esta cuarto. En la inmensidad de esta habitación, el reflejo de tu rostro y tu cuerpo vienen a mí, como viento que recorre cada una de las partes de mi cuerpo. Te extraño. Es tan grande el amor que siento por ti, que creo que moriría sin él. Eres todo para mí. Te necesito por completo. Sólo para mí. Cierro mis ojos y tu sonrisa viene a mí y me calma. Sin tu amor no soy nada…El amor todo lo calma, pero el tuyo me agita y siento que no aguantaré más esta distancia que es solo física, porque sé que nuestros corazones y nuestras almas se encontraron para nunca más soltarse ese otoño del ’91. El amor entre nosotros no pasará jamás, ya lo vivimos, y sigue ahí, cada vez que te veo, mi corazón late tan fuerte que pareciera que quisiera arrancarse de mi pecho. Te amo”.

Sé que la vida no es camino de rosas y amor. La vida puede cambiar como lo hacen los ríos, ya que aunque parezcan que llevan un curso tranquilo, pueden agitarse tan fuerte que no se detiene, derramando y botando todo a su paso.

Nuestra declaración de amor, reconciliación y paz, la hicimos delante de nuestros seres queridos. Un rito que él necesitaba tener.

Vamos a luchar juntos por superar esto. Aprenderemos a caminar juntos nuevamente. Quizás cometeremos errores, pero conversaremos…nos apoyaremos. Porque no he amado a nadie tanto como a ti. Te amo Antonio.

Yo también te amo. Agradezco a la vida el que me de esta nueva oportunidad para estar contigo y nuestras hijas. Y más aún por compartir la vida con este hijo, inesperado, pero que acoges con amor. Gracias por perdonar mi traición. No te arrepentirás de volver a confiar en mí, mi amor. Te cuidaré, porque te amo. Carolina. Eres mi vida.

Escrito por LISSET MOLINA.

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